Imperios que cayeron por la inflación: de Roma a Venezuela

Si hay algo que los emperadores romanos, los cancilleres alemanes y los presidentes venezolanos tienen en común —además de un gusto cuestionable por los discursos largos— es haber presenciado cómo la inflación devoraba sus economías hasta los cimientos. La historia está repleta de imperios y naciones que, en su momento, parecían invencibles, pero que sucumbieron ante un enemigo que no podían combatir con ejércitos: la inflación galopante.
Desde las monedas de plata cada vez más "aguadas" del Imperio Romano hasta los billetes venezolanos que valían menos que el papel en que estaban impresos, este fenómeno económico ha demostrado ser más letal para los estados que muchas invasiones bárbaras. Acompáñanos en este viaje por los desastres monetarios más espectaculares de la historia, donde veremos cómo la inflación ha sido la kryptonita de imperios aparentemente indestructibles.
Roma: cuando el denario perdió su brillo

El Imperio Romano, ese coloso que dominó el mundo conocido durante siglos, no cayó únicamente por las invasiones bárbaras o la decadencia moral que tanto le gustaba mencionar a Catón el Viejo (quien, por cierto, culpaba de todo a los jóvenes, en la primera versión registrada del "en mis tiempos todo era mejor"). Una de las causas fundamentales de su declive fue una inflación devastadora que carcomió los cimientos económicos del imperio.
Todo comenzó cuando los emperadores descubrieron un truco que parecía mágico: necesitaban más dinero para pagar a sus legiones, pero no tenían más plata. La solución fue brillante en su simpleza y catastrófica en sus consecuencias: reducir el contenido de plata en las monedas y seguir llamándolas igual. El denario, que en tiempos de Augusto contenía un 95% de plata pura, para el siglo III apenas llegaba al 5%. Era como si hoy fabricáramos monedas de chocolate y las cubriéramos con papel de aluminio esperando que nadie se diera cuenta.
Los resultados fueron predecibles: los precios se dispararon. Un modesto soldado romano que en el siglo I podía comprarse una túnica nueva con su paga mensual, para el siglo III necesitaba el salario de un año entero. El emperador Diocleciano, en un intento desesperado por controlar la situación, emitió su famoso Edicto de Precios Máximos en el año 301, estableciendo topes a los precios bajo pena de muerte. Spoiler alert: no funcionó. Resultó que amenazar con decapitar a los comerciantes no era una política monetaria efectiva. ¿Quién lo hubiera imaginado?
Weimar: cuando el papel moneda servía mejor como papel higiénico

Si Roma nos dio una lección sobre cómo no manejar la moneda metálica, la República de Weimar nos ofreció un máster completo en cómo destruir una divisa de papel. Tras la Primera Guerra Mundial, Alemania quedó aplastada bajo el peso de las reparaciones de guerra impuestas por el Tratado de Versalles. La solución del gobierno alemán fue simple: encender las imprentas y producir marcos como si no hubiera un mañana. Spoiler: casi no lo hubo.
Para 1923, la situación había alcanzado niveles que hoy parecerían sacados de una comedia absurda si no hubieran sido tan trágicos. Los precios se duplicaban cada dos días. Los trabajadores recibían su salario dos veces al día y salían corriendo a gastarlo antes de que perdiera su valor. Se cuenta que un hombre dejó una carretilla llena de billetes afuera de una tienda para comprar pan; cuando salió, los ladrones habían robado la carretilla pero dejado el dinero tirado en el suelo. Aparentemente, el metal de la carretilla valía más que los millones en billetes.
Los números alcanzaron proporciones cómicas: un huevo llegó a costar 300.000 millones de marcos. El tipo de cambio llegó a 4.200.000.000.000 marcos por dólar. Para ponerlo en perspectiva, si hoy tuvieras que pagar esa cantidad por un café, necesitarías un camión para transportar los billetes. Y probablemente el café se enfriaría mientras contabas el dinero.
Las anécdotas de esta época son tan trágicas como hilarantes. Las amas de casa usaban billetes para encender la estufa porque era más barato que comprar leña. Los niños jugaban a construir castillos con fajos de billetes. Un periódico alemán de la época aconsejaba: "Si vas a un restaurante, no pidas el precio antes de comer, pregunta el precio antes de pagar". Porque en el tiempo que tardabas en terminar tu schnitzel, el precio podía haberse duplicado.
Venezuela: cuando los billetes pesan más que lo que puedes comprar con ellos

Si Roma y Weimar parecen historia antigua, Venezuela nos recuerda que la hiperinflación no es solo cosa del pasado. Entre 2017 y 2021, este país sudamericano experimentó una de las hiperinflaciones más severas de la historia reciente, con tasas que llegaron a superar el 130.000% anual. Para ponerlo en términos simples: si en enero comprabas un café por 1 bolívar, para diciembre necesitabas 1.300 bolívares para el mismo café. Y no, no era porque el café hubiera mejorado milagrosamente su sabor.
La situación llegó a extremos que harían sonrojar incluso a los alemanes de Weimar. Los cajeros automáticos limitaban las extracciones diarias a cantidades que apenas alcanzaban para comprar un pan. El problema no era la restricción bancaria, sino que físicamente no cabían más billetes en los cajeros. Imagina tener que llevar una mochila llena de dinero para comprar un cartón de huevos, y aun así preocuparte más por el valor de la mochila que por el del dinero dentro de ella.
Los venezolanos, demostrando ese ingenio que nace de la adversidad, encontraron usos alternativos para sus billetes: artesanos en Ciudad Bolívar comenzaron a tejer bolsos y carteras con billetes doblados, creando productos cuyo valor artesanal superaba enormemente el valor nominal del dinero utilizado. Literalmente, un bolso hecho con billetes valía más que los billetes mismos. Como diría un economista con sentido del humor: "Cuando tu dinero vale menos que el papel higiénico, es hora de cuestionarte con que limpiarte el... ".
Para 2021, el gobierno había eliminado 14 ceros de la moneda en sucesivas reconversiones. Es decir, un bolívar de 2021 equivalía a 100.000.000.000.000 bolívares de 2007. Si esto te parece confuso, imagina cómo se sentían los contadores venezolanos.
La receta del desastre: cómo cocinar una hiperinflación perfecta
Aunque cada caso tiene sus particularidades, hay ingredientes comunes en estas catástrofes monetarias que parecen repetirse a lo largo de la historia, como si los gobernantes tuvieran un manual titulado "Cómo arruinar tu economía en 10 sencillos pasos":
- Gasto público descontrolado: Ya sea para mantener legiones romanas, pagar reparaciones de guerra o financiar programas sociales insostenibles.
- Imprimir dinero como si no hubiera consecuencias: La tentación de la máquina de imprimir billetes es el equivalente monetario a la manzana del Edén.
- Controles de precios: Que funcionan tan bien como intentar detener una inundación con una aspiradora.
- Negación de la realidad económica: "La inflación es una percepción", "son los especuladores", "es una conspiración extranjera"... excusas que suenan familiares a través de los siglos.
Como dijo una vez el economista Milton Friedman: "La inflación es el único impuesto que puede imponerse sin legislación". Y vaya si los gobiernos a lo largo de la historia han aprovechado esta característica.
Lecciones para no repetir la historia
Si algo nos enseñan estos episodios es que la inflación no discrimina: ha tumbado imperios milenarios, repúblicas modernas y regímenes contemporáneos por igual. Es el gran igualador histórico, una especie de Thanos económico que no necesita un guantelete para hacer desaparecer la mitad del valor de tu dinero.
La próxima vez que escuches a un político decir que imprimir más dinero resolverá los problemas económicos, recuerda que los niños alemanes de 1923 usaban fajos de billetes como juguetes, y que en la antigua Roma, el emperador podía declarar que una moneda valía lo mismo aunque tuviera cada vez menos plata, pero los mercaderes no eran tontos.
Como dijo el filósofo George Santayana: "Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo". A lo que podríamos añadir: "Y aquellos que no entienden la inflación están condenados a ver cómo su dinero se convierte en papel para envolver pescado". Una lección que, lamentablemente, parece necesitar ser reaprendida por cada generación.